El surgimiento de la vida no solo viene acompañado de tintes verdes, sino también de celebraciones en honor al cambio de estación. Es importante resaltar que las celebraciones no se llevan a cabo de la misma forma, pues cada cultura le da su propio toque. Pongamos de ejemplo a la zona arqueológica de Teotihuacán, “la ciudad de los dioses”, donde miles de personas se reúnen entre el 20 y 21 de marzo para ser testigos de cómo el invierno se convierte en primavera.
Tanto turistas como locales asisten a las pirámides vestidos de blanco y un paliacate rojo para danzar, cantar, prender inciensos, renovarse de energía y conectar con sus raíces. Con el fin de recibir los primeros rayos del amanecer, las personas escalan la Gran Pirámide del Sol y con los brazos extendidos hacia el cielo reciben la nueva luz. Con este ritual, las personas renuevan sus energías, conectan con sus ancestros y piden a los dioses una buena salud.
Según los teotihuacanos, el equinoccio de primavera era el comienzo de un nuevo ciclo, en el que se abrían los diversos portales de energía, provenientes de los múltiples puntos del universo. Por último, esta celebración se realiza bajo la fe de energía.
Cabe recordar que la llegada de la primavera se ha celebrado desde tiempos antiguos en otros lugares de la república mexicana, entre ellos: Chichén Itzá y El Tajín.